En el papiro Kosh Kerm II, traducido por el incansable arqueólogo, se narra la utilidad y la prosperidad que derivó de la primera moneda, y los problemas a los que hubo de enfrentarse el primer faraón datado debido a su implantación, problemas que nunca jamás volvieron a repetirse en el antiguo Egipto, puesto que de sus enseñanzas aprendieron sobradamente todos los faraones posteriores.
La historia comienza narrando la génesis de las primeras monedas. Al parecer, con el objetivo de acreditar los pagos de impuestos, este faraón dispuso que los ganaderos y campesinos recibieran como prueba de haber cumpido sus obligaciones para con el estado una sencilla y diminuta laja de piedra con el sello real. Esta rígida "estampa" era distinta en función de la naturaleza de los bienes que cada campesino entregaba a los funcionarios reales. Así, los ganaderos recibían el fragmento de piedra con la imagen de una vaca, mientras que los agricultores recibían un guijarro plano con la silueta de una espiga de trigo dibujada. Lógicamente, el hecho de pagar más impuestos conllevaba el recibir más piedras selladas, y por ello un mayor valor acumulado parejo a este pago.
Con el tiempo, una vez reconocido el valor intrínseco asociado a estos sellos, los mismos pasaron a utilizarse por todo el pueblo egipcio en las transaciones comerciales, sustituyendo progresivamente al trueque, el cual había imperado desde tiempos inmemoriales en la cultura egipcia. Todo parecía sencillo y próspero a lo largo del curso del Nilo gracias al uso este sistema, pero los primeros problemas derivados de la aplicación del valor simbólico no tardaron en aparecer.
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